Inglaterra:
Por lo expuesto hasta el momento se infiere que la cuna de la ciencia ficción contemporánea es, indiscutiblemente EUA y en ello intervinieron muchos factores: sociales, políticos, económicos, culturales y sobre todo un personaje que nació en Luxemburgo y emigró a los Estados Unidos en 1904. Sus contribuciones a la ciencia ficción de ese país como editor fueron tan significativas que, junto a Wells y Verne ha sido considerado como el padre de la ciencia ficción: nos referimos a Hugo Gernsback
Si bien Norteamérica es el país donde la ciencia ficción alcanza mayor desarrollo, creando en cierto modo. las pautas por las que habrán de regirse aquellas áreas que cuentan ya con una tradición en este género, no podemos olvidar que algunos de sus grandes autores contemporáneos proceden de Inglaterra y, en menor medida, de Rusia, siendo relativamente escasas las aportaciones de Francia, Italia, Alemania, etc.
Con todo, podemos afirmar que es dentro del mundo anglosajón donde el cultivo de este género alcanza mayores proporciones tanto en cantidad como en calidad.
No es casual el que hayamos citado a Inglaterra en segundo lugar. Se trata de un país pionero en la Revolución Industrial y muchos de sus autores, de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se interesaron por la novela científica y la narrativa de anticipación. No olvidemos que hemos citado a H. G. Wells entre los principales precursores del género y que hasta el propio Conan Doyle, famosísimo autor de relatos policíacos, se sintió fuertemente atraído por él. Había, pues, en Inglaterra una tradición que sólo necesitaba el empuje que la llevara a dar con las fórmulas narrativas adecuadas para producir la importante obra que nos ha dado en este terreno.
Se da además la circunstancia que, en esta área, algunos de los autores que fueron ganados para el género provenían del campo de la literatura no marginal o habían conseguido gran reputación como filósofos o científicos. El aporte de ellos, pues, magnificó esta literatura muchas veces despreciada, con títulos que hoy funcionan como clásicos en el mercado mundial. Por ejemplo genialidades como:
Aldous Huxley: Un mundo feliz, aparecida en 1932, y considerada un clásico de la ciencia-ficción, suele citarse a propósito de la progresiva pérdida de la individualidad del ser humano.
George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair: 1984, publicada en 1949 es el título de una de las novelas más importantes y más tristes de ciencia-ficción escritas a lo largo de todos los tiempos. En ella se produce una amarga reflexión sobre el futuro de los hombres de un Estado totalitario.
Fred Hoyle, narra en su novela La Nube Negra de 1957 la destrucción del sistema solar por un gigantesco organismo cósmico dotado de inteligencia.
Además de estos tres íconos de la CF británica, no podemos dejar de mencionar otros nombres importantes de autores especializados: John Brunner, Arthur C. Clarke, J. G. Ballard, Brian W. Aldiss y Michael Moorcock, este último director de la revista especializada New Worlds.
Y a propósito de revistas no podemos dejar de citar a Authentic, Nebula y Science Fantasy que forman el grupo más importante de las publicaciones británicas especializadas en el género.
Antes de poner punto final a esta introducción, queremos señalar un rasgo que caracteriza a casi todas las obras: su pesimismo sobre el futuro de la humanidad. En efecto, sin tener que llegar a sucesos espectaculares, la simple visión de un mundo donde el control de los individuos alcance el nivel que se describe en la novela 1984 de Orwell, es lo suficientemente aterradora como para prestar más atención a este género, alguna de cuyas predicciones se han cumplido con creces.
Estos autores han comprendido, más que nadie, hasta qué punto estamos inmersos en un cambio cuyas últimas consecuencias describen con minuciosidad en sus relatos, de no tomarse correctivos a tiempo.
Rusia:
Dos rasgos fundamentales del carácter ruso, la preferencia por lo maravilloso y por la libertad, se manifiestan en la ciencia-ficción soviética. Sus raíces ahondan profundamente en la vida social y política de la Rusia anterior a 1917.
Desde 1911, mucho antes de la aparición de revistas especializadas americanas, se publicaba mensualmente en Rusia una revista de ciencia-ficción, El Mundo de las Aventuras la cual, en 1912 ofreció las primicias de un notabilísimo cuento de ciencia-ficción, escrito por uno de los principales autores rusos de la época, Alejandro Kuprin. Este relato, titulado El Sol Líquido, resulta, aun en nuestros días, de una modernidad extraordinaria.
La revolución del 1917 dio vida enseguida a una abundante literatura de ciencia-ficción, de carácter extremadamente utópico, en efecto, este género podía verse como una fuerza positiva y progresista, perfectamente en línea con el marxismo científico, inspirador de la propia Unión Soviética.
Las ideas que darían lugar a la Revolución de Octubre trajeron consigo un esplendor futurista y utópico, rabiosamente optimista, que propició la eclosión de un buen número de escritores y obras de ciencia ficción, entre ellas la pionera Estrella Roja del científico Alexander Bogdánov, Aelita y otras muchas de Alexéi Tolstói.
Con la salvedad de algunas excepciones, como Bulgákov y sus novelas cortas Corazón de Perro y Los Huevos Fatales o Zamyatin con su clásica distopía Nosotros, la ciencia ficción soviética estaba muy teñida de entusiasmo, fe en el progreso y optimismo como la propia Revolución, pese a que, con el tiempo, serían más bien las predicciones pesimistas de Zamyatin y Bulgákov las que se convertirían en realidad.
Entre los otros autores de la época heroica (1921-1925) de la ciencia-ficción rusa, hay que citar también a Valentín Kataev que es el autor de Tiempo adelante, además de Los Disipadores y de Blanquea una vela solitaria y a G. Bulgakov, no tan exitoso como Kataev, pero uno de sus relatos, Los Huevos Malditos, es verdaderamente notable.
El final de la edad heroica vio nacer a un verdadero y completo autor de ciencia-ficción, un Julio Verne ruso. Su nombre: Alexandr Beljaev, quien vive, en un universo newtoniano y considera al tiempo como una constante. Las mejores novelas de Beljaev son: Ariel, El Salto a la Nada, La Estrella Kec, El Maestro del Inmundo, El Hombre Anfibio y El Último Superviviente de la Átlántida, El Ojo Mágico y un largo etcétera.
Su obra es extremadamente sólida. Anticipa poco, y de forma racional e inteligente. Se encuentran en ella pocos errores científicos. En su novela El Ojo Submarino, aparecida en 1935, describe la televisión submarina con tal precisión, que algunas de sus páginas podrían muy bien haberse publicado en una obra de divulgación de 1960.
Sin embargo, la novela de Jurij Dolguzin: El Generador Milagroso merece el título de obra maestra. Lo que más impresiona es la enorme cultura del autor, tan a sus anchas en la electrónica como en la biología.
A partir de los años 60, surgiría una nueva literatura de ciencia ficción, encabezada por nombres tan destacados como los de Efremov, Bulychov, Dneprov, Valentina Zuravleva, Dudincev, y otros, muchos de ellos de formación y profesión científica. De entre todos, ningunos tan prolíficos e influyentes como los hermanos Arkady y Boris Strugatsky, cuya obra ha nutrido algunas de las mejores películas de ciencia ficción rusa, antes y después de la caída del régimen soviético.
Francia:
Como era de esperar, la historia del género en Francia se retrotrae, en todos los casos, a la figura de Julio Verne (1828-1905), pero sin negar en ningún caso la influencia en el desarrollo de la literatura de ficción científica de H.G. Wells (1866-1946). De este modo, Jacques Baudou, autor de sendos volúmenes sobre la ciencia-ficción, distingue a finales del siglo XIX entre una tendencia “popular” o de “proto ciencia-ficción”, y una tendencia “letrada”, que él denomina de lo “maravilloso científico”.
La influencia de Julio Verne en el género se encuentra aún más que en las más famosas novelas de aventuras, con su componente de “anticipación científica” como “Viajes extraordinarios“. Algunas de ellas se publicaron sólo a título póstumo. Tal es el caso de Los quinientos millones de la Begum (1882), El Viaje de un Periodista Norteamericano en 2889 (1889) o La Isla a Hélice (1895) y Viaje a Través de lo Imposible (1882), escrita en colaboración con Adolphe d’Ennery, en la que se narra el viaje de astronautas terrestres a un lejano planeta habitado.
Dentro de esta proto-ciencia-ficción también se publican novelas en entregas como Le Prisonnier de la Planète Mars (1908) de Gustave Lerouge o Los aventureros del Cielo de R.M. de Nizerolles. Los temas más corrientes en esta tendencia son los viajes extraordinarios y los mundos y civilizaciones desaparecidas.
Más interés de cara al futuro tienen los autores encuadrados en la tendencia “letrada”. Destacan J.H. Rosny bajo el semi-seudónimo Rosny Aîné y Maurice Renard.
Aunque en la actualidad sea conocido sobre todo por su ciclo de novelas prehistóricas iniciado con La Guerre du Feu (La Guerra del Fuego, 1911), Rosny Aîné es el auténtico precursor de la ciencia-ficción en Francia, con obras como Los Xipéhuz (1887), La Morte de la Terre (1910), o Les Navigateurs de l’Infini (1925), novela en la que los seres humanos acuden en auxilio de una civilización marciana en peligro de desaparición.
Maurice Renard, por su parte, es autor del término -por fortuna relegado- de “lo maravilloso-científico” y de obras como Le Péril Blue (1910), o Le Maître de la Lumière que gira en torno al tema del viaje en el tiempo.
En definitiva, hasta entrados los años veinte, esta primera ciencia-ficción vive un momento de ebullición en Francia, en la que participan incluso autores no especializados en el género, como Claude Farrère, Ernest Pérochon o Maurice Leblanc, quien escribió dos obras de ciencia-ficción: Les Trois Yeux (1919) y Le Formidable Événement (1920).
Sin embargo, a pesar de esta efervescencia las cosas, como casi todo en Europa, estaban a punto de cambiar en los años que siguieron a la Gran Guerra.
Sin embargo no se le puede escamotear a Francia el derecho de ser una de las grandes precursoras de este género. Daniel Phi, en una recopilación de relatos de la ciencia ficción francesa dice en su prólogo: La ciencia ficción francesa moderna toma impulso en marzo de 1951 con la publicación del primer número de la colección Le Rayon Fantastique. Y junto con esa colección termina, en septiembre de 1964, una primera época llena de promesas que permitió el descubrimiento de numerosos talentos:
La Ceinture Du Robot, (1955) Yves Dermèze. Chrysalia, (1964) André Ruelland. El autor es más conocido como Kurt Steiner. Trois Journées d’Automne, (1977) Philippe Curval. Simulateur! Simulateur!, (1974) Michel Jeury. Ils Sont Reve…, (1975) Jean Pierre Andrevon. Delta, (1967) Christine Renard & Claude Cheinisse. Vanille du Corps de Lia, (1974) Daniel Walther. Vers la révolution, (1977) Philippe Goy. L’assassin de Dieu, (1974) Pierre Suragne.
Italia:
La historia de la ciencia ficción italiana es un camino tortuoso dentro de una narrativa del género que se difundió en el ámbito popular después de la segunda guerra mundial y particularmente en la mitad de los años cincuenta, detrás de la estela de la literatura norteamericana y británica.
Los más antiguos precursores históricos pueden ser encontrados todavía en la literatura del viaje imaginario y de la utopía renacentista. Sin embargo es a partir de la mitad de siglo XIX que aparecen en Italia cuentos y novelas breves de fantasías científicas en los suplementos dominicales de los periódicos, en las revistas literarias y en pequeñas entregas por capítulos.
Los mayores autores de la novela popular, permeada por aventuras extraordinarias en lugares lejanos y exóticos, pero también trabajos de notorias figuras de la literatura elevada, entre los cuales se cuenta Massimo Bontempelli, Luigi Capuana, Guido Gozzano y Ercole Luigi Morselli, se muestran en esta época.
Suele ubicarse el nacimiento oficial del género, en el 1952 con la publicación de las primeras revistas especializadas Scienza Fantastica e Urania y la aparición del término Fantascienza.
A pesar que al final de los años cincuenta la ciencia ficción fue en Italia uno de los géneros más populares, este éxito, con raras excepciones, no fue acompañado por la crítica y menos por un auténtico interés por parte de la élite cultural italiana, renuente, para no decir refractaria a la ciencia ficción. Sin embargo en el ámbito cinematográfico, y sobre todo en la sátira, el cine italiano de ciencia ficción ha expresado su propia originalidad.
Considerando que la definición de la ciencia ficción no es única y acepta una gran cantidad de aristas, la inserción, retrospectiva o no, al género de muchos trabajos de los siglos precedentes al 1900, (la llamada proto-ciencia ficción) está muy debatida.
Por ejemplo El Millón de Marco Polo (1298), las historias iniciáticas como El Polifilo de Francesco Colonna (1499), el Baldo de Teofilo Folengo (1517) contiene un viaje al infierno como el que hizo dos siglos antes Dante Alighieri en La Divina Comedia (1304). Por cierto en el Paraiso Dante describe una suerte de anticipación de un viaje espacial, con su ascensión a través de las esferas celestes de la Luna y los planetas desde Mercurio hasta Saturno y de ahí a la esfera de las estrellas fijas y al cielo de los ángeles.
Por su parte, Ludovico Ariosto en su épico Orlando Furioso (1516-1532), narra el viaje de su héroe Astolfo, cabalgando el hipogrifo, hasta la Luna para recuperar la razón perdida del paladín Orlando, en un gran valle lunar en el cual yacen los sueños olvidados y las pasiones mal gastadas.
La Utopía de Moro sirvió de trampolín a una buena cantidad de escritores que produjeron no menos de 150 novelas y una gran cantidad de cuentos comenzando por Los Mundos (1552) de Anton Francesco Doni; La Ciudad Feliz (1553) de Francesco Patrizi; La Isla de Narsida (1572) de Matteo Buonamico; La República Imaginaria (1593) de Ludovico Agostini y el más famoso de todos La Ciudad del Sol (1602) de Tommaso Campanella. Siguen La República de Evandria (1625) de Ludovico Zuccolo; La República Regia (1627) de Fabio Albergati y La República de las Abejas (1627) de Giovanni Bonifacio.
Es destacable el hecho que, en el 1670, se publica un texto fundamental para los futuros viajes espaciales, El Prodromo del jesuita Francesco Lana de Terzi que comprende el primer estudio acerca de la posibilidad del vuelo humano a través del espacio a bordo de una nave voladora.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX, se destaca Ippolito Nievo, más conocido como el autor de Las Confesiones de un Italiano, quien, en 1859, escribe uno de los mayores testimonios de la ciencia ficción italiana de todo el siglo, La Historia Filosófica de los Siglos Futuros que empuja la historia de Italia hasta el 2222. A pesar de que se presenta en tono satírico y humorístico, la obra de Nievo oscila constantemente entre la utopía y la distopía y toca temas políticos, sociales y culturales de gran peso y anticipa numerosos hechos históricos futuros, entre los cuales la unificación italiana, la construcción del Canal de Suez, la colonización de Egipto, el fin del poder temporal de los papas, la guerra franco-alemana del 1870, la laicalización de la cultura, las guerras mundiales desencadenadas por los alemanes, el nacimiento de la Unión Europea, la invención de los robots o seres artificiales, la difusión de los narcóticos y la alienación y la anomia de la sociedad contemporánea.
En esa misma época destacan También Los Misterios Políticos de la Luna (1863) de Guglielmo Folliero de Luna; Abrakadabra – Historia del Porvenir (1864-65) de Antonio Ghislanzoni y Cuentos Fantásticos de Igino Ugo Tarchetti.
Entre los autores de cierto peso al comienzo del siglo XX tenemos a Giuseppe Lipparini con El Señor del Tiempo (1902) y Giustino Ferri con El Fin del Siglo XX (1906). Luigi Capuana contribuye con algunos de sus cuentos fantásticos: En La Isla de los Automas, En el Reino de los Simios, Volando y La Ciudad Subterránea.
Entre los escritores que coquetean con el género en esta época destacan, entre muchos otros, Luigi Pirandello con La Nueva Colonia y Giovanni Papini con Gog; Cartas a los hombres del Papa Celestino VI y El Libro Negro.
Tommaso Landolfi publica en 1950, Cancroregina, que es el diario de la locura de un astronauta quien, prisionero en su nave viviente, produce una dramática reflexión acerca del sentido de la vida.
Pero, como consecuencia del boom de la ciencia ficción anglo-americana, los escritores italianos, para lograr la aceptación del público a ese género recién desarrollado, publicaron sus cuentos bajo seudónimos estrictamente anglosajones así que Gianfranco Briatore se convierte en Jhon Bree, Ugo Malaguti firma como Hugh Maylon, Luigi Naviglio es Louis Navire… y así sucesivamente.
El creciente interés popular por el nuevo género, comienza a involucrar a algunos intelectuales lo cual estimula a la prestigiosa casa editora Einaudi a publicar la célebre antología de cuentos de ciencia ficción Le Meraviglie del Possibile (1959) a cargo de Carlo Fruttero y Sergio Solmi a la que siguió un segundo volumen en 1962.
Un dato curioso consiste el destacar que el escritor Ernesto Gastaldi figura entre los poquísimos italianos publicados, con su nombre, en la revista estadounidense The Magazine of Fantasy and Science Fiction en 1965 con el cuento El Fin de la Eternidad (el mismo título de la magnífica obra de Asimov) traducido por Harry Harrison, pero inédito en Italia.
La colección antológica Interplanet (1962-1965) reúne en sus siete volúmenes los autores más refinados de ese período.
En los años sesenta y setenta triunfa la ciencia ficción social que ambiciona tratar temas adultos y encontrar el propio rol de respeto en la literatura nacional e internacional.
Desde los años setenta en adelante la ciencia ficción, en Italia, adquiere cierto grado de legitimación cultural que no tenía antes, gracias a los trabajos críticos de algunos estudiosos entre los cuales destacan Umberto Eco, Vittorio Spinazzola e Carlo Pagetti.
Alemania:
Alemania tiene una extensa historia de ciencia ficción. Elmar Podlasly, proporciona una reseña resumida de algunos de los hitos de ciencia ficción alemana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
El 1871, marca el comienzo de una nueva era para Alemania. La guerra en contra de Francia se había ganado, y Wilhelm I fue coronado emperador. Otto von Bismark devino en el primer canciller del nuevo Reich alemán.
Con el colapso de la Bolsa de Viena (gründerkrise) siguieron 20 años de estancamiento económico. Por tanto fue aprobada una ley llamada Sozialistengesetz que prohibía las actividades de la Social Democracia. No es por lo tanto ninguna sorpresa, que entre las muchas Zukunftsromane (novelas futuristas) del periodo, hayan existido muchas utopías anti-socialistas, pero muy pocas utopías socialistas.
A través de la industrialización y el capitalismo, una nueva y moderna sociedad emergió. Y de esa manera la industria prosperó y la literatura masiva nació. Fue durante este tiempo que los libros de Julio Verne fueron traducidos por primera vez al alemán, por ejemplo, Viaje al Centro de la Tierra en (1873), así como Los Niños del Capitán Grant en (1875)
Dieter von Reeken, quien se encargó de investigar, estudiar y reproducir mucho de esos estudios acerca de escritores alemanes de ciencia ficción, sugiere que podría haber cientos de novelas utópicas aún por descubrir de la época del Kaiser (Kaiserzeit). Si todas ellas valen la pena es otra cuestión. Iniciamos con un autor que no ha sido olvidado, y que es generalmente aceptado como un pionero en la ciencia ficción alemana.
Kurd Laßwitz (1848-1910)
Es a menudo citado como el padre de la ciencia ficción alemana. Él estudió Matemáticas, Físicas y posteriormente recibió un PhD en Filosofía. Escribió numerosos libros acerca de una variedad de temas desde la Física hasta la Filosofía
Su primera historia, publicada en un periódico de Silesia, fue Bis zum Nullpunkt des Seins (Hacia el Punto Cero de la Existencia,1871). Pero su novela más importante Auf Zwei Planeten (En Dos Planetas, 1897) se convirtió en un best sellers. El mensaje de esta novela es sobre todo en contra del espíritu de la época, el cual en términos generales era muy militarista, que se satisfacía con lo que fue descrito como el ¡Hurra Patriótico!
Desde 1980, El premio Kurd Laßwitz, instituido en su honor, es concedido una vez al año por los logros en el campo de la ciencia ficción de habla alemana.
Otros trabajos de Kurd Laßwitz que nunca han sido traducidos, incluyen Aspira (1906) y Sternentau (Rocío de Estrella, 1909).
Michael Georg Conrad (1846-1927), era un profesor, como muchos otros de sus contemporáneos. Estudió Pedagogía, Filosofía y Filología y recibió un PhD en 1868. Entonces trabajó como profesor y tutor en varios países europeos, incluyendo, Francia, Suiza e Italia. En 1883, se mudó a Múnich y muy pronto se convirtió en una de las figuras centrales en el movimiento literario del naturalismo.
En su interesante novela: In purpurner Finsterniß («En una Oscuridad Púrpura», 1895) el protagonista, Grege, huye con su amante Jala, desde el reino imaginario de Teuta, una de las dos sociedades futuristas descritas en el libro.
Los libros de Conrad, ridiculizan no sólo el Kaiser Reich, sino también le juega bromas a Nietzsche. Desafortunadamente nunca han sido traducidos ni reeditados.
Albert Daiber (1857-1928), era un farmacólogo y autor de ficción. Hijo de un director de escuela en Stuttgart, se fue a Zúrich para estudiar farmacia, y continuó hasta conseguir su PhD. Posteriormente comenzó a estudiar medicina, graduándose de doctor. En 1909, él y su segunda esposa se fueron a vivir a Chile, donde trabajó como doctor hasta su muerte. Escribió novelas juveniles, todas publicadas entre 1902 y 1910.
Una de sus novelas más contundente fue Anno 2222: Ein Zukunftstraum (Año 2 222: Un Sueño del Futuro, 1905).
Siendo Albert Daiber conocido como científico, y era un autor popular de literatura juvenil, el público, así como la crítica contemporánea no asimilaron su punto de vista satírico. No era el tipo de libros que se esperaba de él.
Friedrich Wilhelm Mader (1866-1945), fue un autor de novelas futuristas y de aventuras. También escribió obras de teatro, cuentos de hadas, poemas y canciones.
De especial interés para los lectores de ciencia ficción, es su novela futurista Wunderwelten («Mundos de Maravillas», 1911), que se constituye como un temprano ejemplo de una novela alemana de viaje espacial. Otro título de interés es su novela en dos partes Die Tote Stadt («La Ciudad Muerta», 1923) y Der Letzte Atlantide («La Última Atlántida», 1923) las cuales, por entrar en la tecno-ficción se las considera de ciencia ficción. Es una historia de aventura que tiene lugar en el Polo Sur, donde extraños dinosaurios congelados son descubiertos incrustados en el hielo.
Paul Scheerbart (1863 – 1915): Estudió Filosofía e Historia del Arte en las universidades de Leipzig, Halle, Munich Y Viena. En 1892 fundó el «Verlag Deutscher Phantasten» («La Casa Editorial de Fantasía Alemana»). Su primera novela publicada fue Tarub, Bagdads Berühmte Köchin («Tarub, El Famoso Cocinero de Bagdad», 1896). Su novela Die Grosse Revolution («La Gran Revolució», 1902), le granjeó una buena reputación en los círculos literarios, y fue su primer éxito de crítica, pero no se vendió bien. Su trama toma lugar totalmente en la Luna y, sorpresivamente, no presenta ni un solo personaje humano.
Otra de sus famosas novelas es Lesabéndio (1913). Lesabéndio es un habitante del planetoide de extraño aspecto, Pallas, quien trata de construir una torre (como en la Babilonia bíblica), para conectar Pallas con un misterioso «sistema-cabeza» que está oculto por una gigantesca nube. Lesabéndio, como Die Grosse Revolution, es una novela sin ningún protagonista humano.
Durante el período comprendido entre el 1918-1933, surge un tipo muy específico de ciencia ficción alemana: la Wissenschaftlich-Technische Zukunftsroman («las novelas utópicas de ciencia tecnológica»). El campeón de este género fue, Hans Dominik. Este género proyectó la idea de que todos los problemas humanos pueden ser resueltos con la tecnología. El típico protagonista de este tipo de historia era un ingeniero alemán, el cual era descrito, por supuesto, como superior a sus colegas extranjeros.
Hans Dominik (1872-1945), era el hijo de un periodista y editor. Curiosamente uno de sus profesores escolares fue el pionero de la ciencia ficción alemana mencionado anteriormente, Kurd Laßwitz, quien le enseñó matemáticas y física. Luego de la escuela, Dominik estudió ingeniería eléctrica. Su verdadera ambición era convertirse en un novelista. Luego de la guerra vino su primera novela utópica Die Macht der Drei («El Poder de los Tres», 1922).
Las novelas utópicas de Dominik siempre están tecnológicamente orientadas, y la electricidad tenía un especial significado para él. Desde principios de la década de 1920 hasta los años 40 sus libros vendieron más de dos millones de copias.
Otros representantes de este género incluyen a: Rudolf Daumann, Stanislaw Bialkowski, Karl August von Laffert y Hans Richter, entre otros.
Otros autores del periodo de Weimar que deben ser mencionados son: Thea von Harbou, esposa de Fritz Lang, quien escribió versiones novelizadas de las películas Metropolis y Die Frau im Mon («La Mujer en la Luna»); Kurt (posteriormente Curt) Siodmak, y Norbert Jaques.
Desde que ascendieron al poder en 1933, los Nazis comenzaron a tomar control de cada aspecto de la vida. A las primeras incineraciones públicas de libros le siguieron, la limpieza de librerías y bibliotecas, las cuales en el proceso, perdieron una gran parte de su contenido: todos sus libros fueron prohibidos. Lo que se escribió a posteriori fue propaganda.
Con esta modesta reseña europea, presumimos haber cubierto un buen porcentaje de la ciencia ficción de este continente. Por supuesto habría que mencionar personalidades trascendentes del género como los polacos Stanislaw Lem y Andrzej Ziemianski, el checo Ludvík Souček o el finés Tom Ölander etc. Y a este paso no terminaríamos nunca y jamás llegaríamos a América Latina y a la meta: Venezuela, de acuerdo al mapa de ruta que estableció la Cueva del lobo. Por supuesto, antes de embarcarnos para Sur América daremos una buena mirada a la ciencia ficción de la Madre Patria.